El Pecado Usual

10.9.07

EL PECADO USUAL.

Un beso y las lenguas se transforman, se rozan y nadan juntas, se abaten y pelean una guerra sutil de abrazos y golpes dulces. Tus ojos en mis ojos, cuatro abismos vueltos uno solo. Telarañas unidas por la profundidad de las pestañas que se entrelazan, se amarran, se buscan, se encuentran. Y aquel abrazo nocturno, hombre de piel morena y entre él, un maniquí cerámico de mujer pálida y fría; se funde la materia, solo queda una figura flotando a la deriva en la tormenta de las sábanas que juegan a separarse, a reinventarse mutuamente dibujando sus siluetas en el lienzo de la noche.
Como un mármol esculpido, caen rendidas las figuras en las olas de la cama, la manta sutil e imperceptible del profundo sueño los cubre y los protege, las manos se abrazan y los dedos lentamente deshacen los nudos del ego herido, rompen las cicatrices, desde el pelo se entrelazan, hasta los pies se rozan.
Dos cuerpos rotos amanecen renovados, limpios y purificados, hervidos en sudor, pulidos en contactos de visión, fusión e ilusión, se reconocen, se recuerdan, se miran el uno en el otro y buscan las figuras de los pájaros nocturnos que los hicieron volar.
Es un nuevo principio, un renacer desde las cenizas de un mundo carente de pasión, el comienzo de una vida entre el fuego y los impulsos eléctricos que nos hacen morder la fruta del árbol del beso; el pecado original, el usual, el inmortal, el que nos traga en cada abrazo, el sueño que muero por comerme y que me coma siempre... siempre.

Cd. de México
(a J.B.)

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