Para empezar.

12.8.07

Nunca había sacado un blog, solo derrepente publicaba una que otra cosa en myspace y creo que es un buen momento para empezar.

Comenzaré con mi último bebe. Un cuento.

Espero les guste.

Madonna Escarlata.
Por Christiane de Anda


Las gotas escarlata caían sobre la superficie del blanco titanio ondulando suavemente en la pintura, un cambio casi imperceptible en la tonalidad y sin embargo aquel detalle era el que haría de su amada Beatriz la Madonna mas hermosa en la historia de Italia.
Gregorio tomó la espátula y casi con devoción mezcló los oleos en la paleta. Tomó un pincel y sin quitar los ojos de su amada, como si los trazos fueran una extensión misma de su brazo, plasmó la línea del mentón y el cuello. No necesitaba ver a la modelo, conocía sus contornos como si él mismo los hubiera moldeado a fuerza de besos y caricias.
Luego de unos cuantos movimientos de muñeca una expresión benévola comenzó a aflorar entre las capas de óleo. Su belleza era inmensurable. Era ella. Tendría que ser su obra magna, por la cual no solo su nombre pasaría a la historia sino que ella sería desde su nicho, un testigo inmortal del tiempo, intocable y perfecta para siempre.
Parecería que la vida se iba transfiriendo de la piel a la tela. Beatriz perdía color minuto a minuto mientras la Madonna casi respiraba con un aire de santidad. Gregorio, sumido en los detalles de su obra parecía no ver como el pecho de su amada palpitaba cada vez menos, cómo su rigidez iba disminuyendo y su expresión se tornaba vaga.
Sólo la respiración de Gregorio se escuchaba en el estudio hasta que un golpe llamó la atención del artista. La mano de Beatriz había resbalado del brazo de la silla y su cabeza estaba ligeramente ladeada.
Gregorio se levantó y se dirigió hacia su modelo. Devolvió la mano izquierda a su posición original y enderezó su cabeza. Casi termino princesa, solo un poco más --dijo amorosamente.
Recogió el cuenco que yacía en el piso bajo la mano derecha de Beatriz y cuidando no derramar la sangre que lo llenaba, regresó a su pequeño taburete, tomó un pincel muy delgado y remojándolo en el oscuro y siniestro líquido firmó la esquina inferior derecha de la obra.
Del otro lado del espejo, Beatriz se descubrió súbitamente rejuvenecida: las mejillas llenas de color, los verdes ojos radiantes de vida. La opacidad de la enfermedad había desaparecido.


Ciudad de México.
Agosto 2007.

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