-Jorge Luis Borges.
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Omar, sabio de oriente; Borges, de occidente.
Es una cadena interminable,
de universos dentro de universos,
de una via lactea en un grano de arena,
del alma en la madera,
del juguete que es el humano.
Dios es un niño que juega con los destinos,
se rie de nuestras caidas,
nos deja entrever la esperanza y
por mera diversión la arrebata.
¿Quién es su madre, su nana?
¿Quién le dá de nalgadas?
¿Quién juega con él?
¿Quién lo manda a dormir?
Que venga la noche de Dios,
quedemonos en manos del dios de Dios.
Seamos libres de Él.