31.8.07

Ajedrez
-Jorge Luis Borges.

I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?


Omar, sabio de oriente; Borges, de occidente.

Es una cadena interminable,
de universos dentro de universos,
de una via lactea en un grano de arena,
del alma en la madera,
del juguete que es el humano.

Dios es un niño que juega con los destinos,
se rie de nuestras caidas,
nos deja entrever la esperanza y
por mera diversión la arrebata.

¿Quién es su madre, su nana?
¿Quién le dá de nalgadas?
¿Quién juega con él?
¿Quién lo manda a dormir?

Que venga la noche de Dios,
quedemonos en manos del dios de Dios.
Seamos libres de Él.

Huevos fritos.

19.8.07

Cinco treinta de la mañana y como cada mañana el olor a huevos fritos, butifarra, jugo de naranja y café inunda la casa en una perfecta armonía de color; el usual buenos días para mi princesa irlandesa: el amor de mi vida, mi esposa.

Faltarán 5 minutos para que radiante, baje la escalera y juntos nos sentemos a desayunar, así que tengo suficiente tiempo para prender otro cigarrillo y escuchar todo aquello que las columnas de humo me quieran contar.

Hoy, hace 50 años vi por primera vez a aquella mujer que me robó el aliento, la primera persona que me hizo ver que en el mundo había mas que hombres y mujeres pues en ese pequeño cuarto había un ángel y yo, a su lado, no era mas que un niño.

Después de 50 años de mañanas de huevos fritos y jugos de naranja te digo lector. La rutina no es la enemiga del amor, sino el amor mismo disfrazado de detalles.

Es la expresión de un te amo en cada segundo del día, es cuando el alma entiende que la aventura no viene del mundo en que vivimos sino en el infinito viaje que nos presenta la dimensión paralela que se sienta cada mañana al otro lado de la mesa a disfrutar del universo dentro de una yema de huevo.

El humo esta mañana me contó un secreto y es que éste será mi último día junto a ella; esta noche moriré.

Me sentaré en mi sillón como cada día y viviré mi máxima aventura escuchando las noticias como siempre y secretamente veré a mi princesa trabajar.

Y así, en silencio, partiré.

Solo un consejo les dejo y es que si se ven incapaces de leer lo que les cuenta el humo…¡No fumen!

Para empezar.

12.8.07

Nunca había sacado un blog, solo derrepente publicaba una que otra cosa en myspace y creo que es un buen momento para empezar.

Comenzaré con mi último bebe. Un cuento.

Espero les guste.

Madonna Escarlata.
Por Christiane de Anda


Las gotas escarlata caían sobre la superficie del blanco titanio ondulando suavemente en la pintura, un cambio casi imperceptible en la tonalidad y sin embargo aquel detalle era el que haría de su amada Beatriz la Madonna mas hermosa en la historia de Italia.
Gregorio tomó la espátula y casi con devoción mezcló los oleos en la paleta. Tomó un pincel y sin quitar los ojos de su amada, como si los trazos fueran una extensión misma de su brazo, plasmó la línea del mentón y el cuello. No necesitaba ver a la modelo, conocía sus contornos como si él mismo los hubiera moldeado a fuerza de besos y caricias.
Luego de unos cuantos movimientos de muñeca una expresión benévola comenzó a aflorar entre las capas de óleo. Su belleza era inmensurable. Era ella. Tendría que ser su obra magna, por la cual no solo su nombre pasaría a la historia sino que ella sería desde su nicho, un testigo inmortal del tiempo, intocable y perfecta para siempre.
Parecería que la vida se iba transfiriendo de la piel a la tela. Beatriz perdía color minuto a minuto mientras la Madonna casi respiraba con un aire de santidad. Gregorio, sumido en los detalles de su obra parecía no ver como el pecho de su amada palpitaba cada vez menos, cómo su rigidez iba disminuyendo y su expresión se tornaba vaga.
Sólo la respiración de Gregorio se escuchaba en el estudio hasta que un golpe llamó la atención del artista. La mano de Beatriz había resbalado del brazo de la silla y su cabeza estaba ligeramente ladeada.
Gregorio se levantó y se dirigió hacia su modelo. Devolvió la mano izquierda a su posición original y enderezó su cabeza. Casi termino princesa, solo un poco más --dijo amorosamente.
Recogió el cuenco que yacía en el piso bajo la mano derecha de Beatriz y cuidando no derramar la sangre que lo llenaba, regresó a su pequeño taburete, tomó un pincel muy delgado y remojándolo en el oscuro y siniestro líquido firmó la esquina inferior derecha de la obra.
Del otro lado del espejo, Beatriz se descubrió súbitamente rejuvenecida: las mejillas llenas de color, los verdes ojos radiantes de vida. La opacidad de la enfermedad había desaparecido.


Ciudad de México.
Agosto 2007.